Escribir para Reflexionar

Decimos ¡Basta!

Por: María José Roldán

II 2023 


“Ásperas, rígidas y callosas son las manos de mamá, disfruto acariciarlas cuando me acuesto sobre sus piernas, mientras ella toca mi cabello con suavidad. Ese momento del día es mi favorito, percibo su sensación de descanso al escuchar cuando se estira y se desacelera su respiración. Generalmente me cuenta qué preparó de comer para los treinta trabajadores que en este momento se encuentran en nuestro hogar, y me frustro porque quisiera ayudarla, pero no puedo, mil veces se me ha pedido entender y no renegar, pues dicen que mi ayuda no servirá, estorbaré y no funcionaré igual que el resto de mujeres encargadas del hogar, honestamente, yo no lo entiendo, no puedo estar con mis hermanos en la escuela porque allí no están preparados para recibirme, no puedo estar con los hombres porque no soy uno, y tampoco puedo ejercer los cargos que tienen las mujeres, acaso…¿No pertenezco a ningún lugar?; papá dice que es porque hay una gran diferencia entre ellos y yo, y es que ellos sí pueden ver.

El aire fresco, el sonido de los pájaros, el roce del pasto sobre mis pies, y las caricias de mamá me otorgan la paz que no encuentro en ningún otro lado, cierro los ojos mientras ella describe las formas que tienen las nubes, sin embargo, su voz se empieza a distorsionar cuando mis pensamientos interrumpen. Porque claro, no existe tranquilidad completa cuando estoy siendo excluida, cuando regularmente soy marginada por quienes me rodean, pues nunca tienen en cuenta mis opiniones y deciden por mí, y sí, me encanta estar aquí con mamá, escuchar que las nubes tienen forma de corazón y dinosaurio, pero afuera hay un mundo, una realidad que debo vivir, debo buscar la forma de que me reconozcan y participar en decisiones comunitarias, porque también me compete, quiero gritarle a papá que el mundo no es solo como lo ve él, que mamá por ser mujer no debe atenderlo, que no soy solo mi discapacidad, y que el amor que dice tener por ella y por mí, con sus acciones se convierte en violencia.

Las escuelas y centros de formación más cercanos a casa están a dos horas aproximadamente, todos los días mis hermanos tienen nuevas aventuras por contar, como que se cruzaron con serpientes o que los asustaron en la oscuridad mientras se desplazaban a casa, realmente no le temo a nada de eso, todos los días le argumento a mis padres mi deseo de ir a estudiar, sin embargo, también soy consciente de que aún no están preparados para atender a personas con discapacidad, pues no cuentan con los dispositivos de ayuda necesarios, y sus enfoques de formación no se ajustan a mis características y necesidades, o las de otra persona con discapacidad. Yo por lo menos tengo el apoyo de mis hermanos, pues, a pesar de que el 70% de colegios en zonas rurales no cuenta con acceso a internet, al que ellos asisten sí, y mediante este, mis hermanos aprendieron braille y me enseñaron a mí, pero no deja de inquietarme el hecho de que hay muchas personas en mi situación que ni siquiera conocen sus derechos.

Reconocer los derechos que tenemos nos hace poderosos, crea en nosotros una llama interna de romper con tantas normas sociales discriminatorias que continúan creando estereotipos sobre nuestras habilidades y limitándonos. Precisamente esa es la fuerza que quiero transmitirle a mamá, esta revolución solo es posible si decimos ¡Basta!, vivir oprimidos no es vivir; ella vive en constante opresión, y cuando trato de que sea consciente me dice “Mijita, somos campesinas, es la vida que nos tocó”, y no, me niego a aceptarlo, los hombres que aquí se encuentran también son campesinos y viven en mejores condiciones que nosotras, pues no María José Roldán Santamaría.

Disponemos del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, calidad de vida, entre otras cosas. Esto tiene que cambiar, además de ser seres humanos con derechos, debe reconocerse que alimentamos naciones enteras, y que no recibimos lo que merecemos, desde economía, hasta respeto y gratitud.

El cambio se construye día a día, y de pasos pequeños a pasos grandes, un avance será cuando mi familia no me sobreproteja, cuando sea reconocido mi ser como sujeto y no como “la cieguita”, e incluso, cuando mamá se libere de las garras de la cultura patriarcal en la que se ve envuelta desde la crianza con mi abuelo, hasta el matrimonio con mi padre y ahora en su rol de madre con mis hermanos varones.

Tengo tanto adentro, que las palabras no me alcanzan, hoy nuevamente recurro a mi hoja, apoyada con foami, y una mina de esfero, que reemplazan la pizarra y punzón que espero tener algún día, me desahogo escribiendo, porque mi voz es silenciada, pero no será así siempre, mañana es un día nuevo de lucha, seguiré informando, dulces sueños.”

Amanda dobla la hoja que traía, la cual arrancó de su diario, y continúa su discurso.

“Esa noche antes de dormir me acosté imaginando un mundo más igualitario, y por ende, más justo y más libre, donde no pareciera que ser campesina, mujer, o persona con discapacidad fuera un pecado, donde podamos todos sentirnos poderosos sin convertirnos en monstruos que aplastan a un ser diminuto e indefenso. Pensaba en cuándo se reconocerá al campesino desde la importancia que tiene, en cómo desarraigar un sistema de opresión tan impetuoso como lo es el patriarcado, y por supuesto, la discriminación que a pesar de tantos años de lucha se sigue viendo presente en las personas con discapacidad, donde se evidencian torturas, marginaciones, y exclusiones.

Ustedes se preguntarán qué pasó ese día para yo desfogar tantas emociones, pero no fue una sola cosa, fue el conjunto de muchas, de tantos años deseando la vida del otro, anhelando salir de este cuerpo que llaman defectuoso, al de un hombre funcional, participativo e imponente. Fue la unión de muchas noches de llanto después de escuchar a mamá quejarse del cansancio, atendiendo desde que se levanta hasta que se acuesta a un hombre o una multitud de ellos, y de escuchar charlas entre mi familia sobre lo difícil que era tenerme en su núcleo.

Aprovechemos el momento histórico que estamos viviendo, acompañemos las luchas de las poblaciones que se han visto vulneradas, apuntemos al mundo que soñamos, hay que escribir, hay que hablar, hay que gritar, hay que luchar, por quienes aún no pueden y por quienes ya no podrán. Deseo que estén en el lugar correcto, pues habitar la gloriosa Universidad Pedagógica Nacional no es cualquier cosa, es un honor y responsabilidad que hay que aprender a reconocer, yo tuve la dicha de estar sentada donde ustedes se encuentran, y mírenme ahora, soy campesina, mujer, ciega y licenciada, la muestra de que esas limitaciones e imaginarios que crean sobre nosotras y nosotros no existen, que vale la pena soñar, y luchar.”

 

Amanda agradece la invitación al espacio de la profesora María José, los estudiantes aplauden emotivos por el discurso, y ella sale del salón apoyándose de su bastón a hacer un recorrido por los pasillos donde habitó y vivió todo aquello que solo se vive en la UPN.